Carmela,
tú y yo envejecemos.
Envejecemos,
porque hace tiempo
que
surgió nuestro amor primero;
envejecemos
porque las caricias son someras
y
vivimos rodeados de recuerdos;
envejecemos
porque el tiempo ha pasado
y
nuestro amor ya está algo cansado.
Amor
mío, tú y yo envejecemos.
Envejecemos,
cuando recordamos nuestros
cuerpos
jadeantes exhalando miradas de amor,
cuando
recordamos las tardes de cariño,
aquellas
tardes que parecían no tener fin,
cuando
recordamos que con una sola mirada
y
una insinuante sonrisa casi todo se decía.
Cariño
mío, tú y yo envejecemos.
Envejecemos,
cuando flaquean las fuerzas,
cuando
ves que el ímpetu no se desboca,
cuando
hablamos con menos palabras,
cuando
las miradas son más cortas,
cuando
las mejores caricias son las recordadas
y
cuando una intensa serenidad predomina.
Corazón,
tú y yo envejecemos.
Envejecemos,
cuando nos paramos a pensar
y
los recuerdos hacen que añoremos lo pasado,
cuando
con tanto placer evocamos
el
agradable roce de nuestros cuerpos,
de
cuerpos próximos, jóvenes y desnudos,
que
se estremecían y se volvían a juntar.
Mujer,
compañera, tú y yo envejecemos.
Envejecemos,
cuando ya casi nada provoca,
cuando
notas que hay otra sensualidad,
cuando
nos sentimos más humildes
y,
conscientes, aceptamos renunciar.
Hoy,
Carmela, amor, mujer, compañera;
hoy,
estamos aprendiendo a envejecer.
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