domingo, 31 de mayo de 2020

Poema nº 37. Sevilla

Sevilla
 
En los campos de los alrededores,
aires de olor penetran en mi cuerpo.
Asoman flores blancas en árboles frondosos.

Agradables llanuras plantadas de árboles,
donde se mezclan hojas verdes y flores blancas,

flores blancas que, más tarde, serán las naranjas.
 
Flores bellas, flores de azahares.
Azahares blancos en verdes sendas,

que lucen al sol y juegan con las sombras.

Son imágenes que buscan la alegría,
imágenes que, al verlas, quitan la pena.

Así, callados, nacerán los frutos tempranos.
 
Y cuando se aproxima el jueves de la noche grande,
la noche grande de luna llena, para acortar la espera,

el azahar, a diario, perfuma con sutileza.

Con mucho cuidado, despoja su esencia,
en silencio, esparce el aroma de todas las flores;
a cambio, la ciudad duerme y se inunda de sueños.
 
El aire, siempre pendiente, ayuda y se vuelve brisa.
Silente, dispersa olores relucientes que adornan la noche.
Y Sevilla, atenta, agradecida y callada, como siempre, brilla.