UNA CALLE DE MI PUEBLO
la calle en la que yo vivía,
está frente al camino del Calvario.
Entre mi calle, empinada, y el camino
estaba la fuente de la Tripa,
donde bebían las bestias.
Allí acudían a las mismas horas a beber,
al acabar la faena, con su andar
cansino.
El mulero silbaba y aclaraba el agua.
En mitad de la calle estaba mi casa,
hecha de piedras de un antiguo
palacio.
Pero allí no había limonero, ni huerto
claro.
Aunque sí había un corral, con “minao”
y un torreón.
Allí se criaba una oveja, con conejos,
marrano y gallinas.
Allí también había estercolero,
lebrillos y una pila.
Como el corral era grande, además de bardales,
en él quedaba parte de la antigua
muralla.
“No subáis al torreón”, decía mi
abuela.
Frente a mi casa había un huerto,
que fue del antiguo palacio del
obispo.
Allí vivían Sebastián, Dolores y sus
hijos.
Como la calle era empinada,
hacia la mitad, había un peñón,
donde se sentaba la gente que subía.
Allí fui yo pequeño, pero poco tiempo.
Enseguida mi hermano mayor se fue a
estudiar,
el mediano, otra cosa no se
podía, buscó colocación.
Luego nos cambiamos de calle,
con la casa nueva aún por terminar.
El mayor se casa en Madrid y el
mediano se va a Barcelona.
A partir de entonces nos juntamos
en
vacaciones, sobre todo, por Navidad.
Y ahora aparecen los
nietos: algarabía familiar.