domingo, 8 de octubre de 2017

POEMA Nº 13. LA MUERTE DE JUAN HUMILDE


 

LA MUERTE DE JUAN HUMILDE
 
Una historia os quiero contar.
La escuché de mis padres,
cuando estábamos solos,
en la más absoluta intimidad.
  
En días de brasero o de lumbre,
muy tranquilos la contaban a la par.
Sentían miedo y mucha pena,
creo que querían liberarse y olvidar.

 Porque fue una guerra civil,
que nació de un duro Golpe de Estado,
que aún no han condenado, y que dio lugar
a víctimas y a verdugos, en ambos lados.

 Porque fue una guerra civil,
nefasta y terrible guerra fratricida,
porque fue una guerra civil, y además
de miedo, dolor, crueldad y pasión.

 Zona roja, de hambre,
de hambre, pena y sentimientos,
de miedo, dolor, crueldad y pasión.
¡Madre, cuánto se pasó!

 Zona del medio, ni roja ni azul,
de mayores, mujeres y niños;
de miedo, dolor, crueldad y pasión.
A la guerra no fueron, pero sí la sufrieron.
 
Zona azul, codiciosa,
soberbia, organización y frío beneficio,
de miedo, dolor, crueldad y pasión.
Frialdad, victoria y rencor.

 Y allí, entre todos, un hombre solo,
un bebedor de bares,
que bebía con todos,
casi nunca nada le interesó.
 
Ni rojo ni azul, fue carne de cárcel,
escribano de casi ni ayuntamiento.
Días de revolución se lo llevaron.
Algunos con él ya no beben. Soledad…

 Ya más solo, Juan Humilde.
Unos dicen: “Que sirva de ejemplo”.
Otros: “Que sirva de escarnio”.
Ya ni bebe ni escribe. Frialdad…

 Él, solo en la cárcel.
Fuera, luchas por el poder.
De pronto, órdenes del comité.
Desde los pueblos, los presos a Jaén.

 Allí suenan voces, pactos, conversaciones…
Parece un cajón de grillos. No hay razones,
sino excusas. No hay acuerdo. ¿Solución?...
¡Presos al paredón!

 Llega la noche más triste.
Con firmeza, nueva orden del comité.
Todos los presos al cementerio.
Allí, que forme el pelotón de fusilamiento.

 Todos quietos, y entre ellos,
Juan Humilde, hombre solo.
Un bebedor de bares, que bebía con todos,
casi nunca nada le interesó.

 Ya llega la hora fría,
disparos de muerte siegan las vidas,
muertos caen los presos, agonía.
Pero… ¡Suerte! Juan tiene vida.

 La media noche pasada,
todos duermen sueño de muerte.
Y él, que nunca fue valiente,
salta la tapia, inicia la huida.

 En este caso, el destino también ordena:
“Que a ti no te llegue la muerte.
Que en ti viva la vida”.
Rápido, camina. Vuelve a casa.
 
 Amanece un nuevo día,
la noticia no corre, vuela.
Alegría familiar.
Mientras, el pueblo calla y se consterna.

 Pero pronto se oyen otros rumores:
“Vida no. Tú, muerte debes tener”.
¡Fanfarrones enloquecidos
buscan tu muerte, odian tu vida!

 Te desgajan de tu casa.
Te pasean. Llora toda tu familia.
El pueblo siente rabia contenida,
detrás, dos hijos chillan.

 Día gris, voces de muerte te llaman,
por las calles te arrastran,
todo el pueblo calla y se consterna,
y dos pequeños, detrás, llorando te reclaman.

 Aprieta el calor.
Francachela. Tu muerte se acerca.
Esta barbarie comienza y ya termina.
Estás roto por dentro y por fuera.

 Es hora maldita. En el ambiente,
ansiedad de sangre domina.
Se oyen rugidos de fieras.
Juan, esta masacre parece que no termina.

 Ya no hay cuerpo.
Ya no hay casi vida, esto termina.
Es el fin, tus partes, tu honra, tu vida,
en tu boca cuelgan a modo de divisa.