Y si yo no creo en Dios:
¿Por
qué lo traigo a colación?
¿Por
qué creo que es injusto?
¿Por
qué me preocupa tanto?
Porque
en realidad,
lo
que día a día comprobamos
es
que los injustos son sus seguidores,
o
algunos, sobre todo si son jefes.
Me
refiero a los que aíslan por su Dios,
a
los que excluyen, a los que separan
bien
a los vivos, bien a los muertos,
a
los que apartan para salvar o ser salvados.
Me
refiero a los que, aprovechando el púlpito,
llaman
a los hijos de otros, naturales;
o
a los que enterraban a los muertos aparte,
porque
murieron sin sus óleos ni gorigori.
Me
refiero a los que sacan ventajas
por
decir que son fieles y creyentes,
a
los que actúan de cara a la gente,
a
los que creen porque es rentable.
No
tengo Dios, pero sí tengo hermanos.
Algunos
de padre y madre,
otros
los encontré en la calle,
pero
también tienen mi sangre.
No
creo ni en causas ni en banderas
que hacen que unas personas sufran
o
que otras personas mueran.
No
quiero que el miedo llegue al tuétano.
Y
este miedo, desde lo más profundo,
oculto
y parapetado de mil maneras,
determine
cuáles son nuestras creencias
y
cuáles han de ser nuestras diferencias.