martes, 8 de diciembre de 2020

Poema nº 44. Aprendemos a envejecer

 




 Aprendemos a envejecer

 


Carmela, tú y yo envejecemos.

Envejecemos, porque hace tiempo

que surgió nuestro amor primero;

envejecemos porque las caricias son someras

y vivimos rodeados de recuerdos;

envejecemos porque el tiempo ha pasado

y nuestro amor ya está algo cansado.

 


Amor mío, tú y yo envejecemos.

Envejecemos, cuando recordamos nuestros

cuerpos jadeantes exhalando miradas de amor,

cuando recordamos las tardes de cariño,

aquellas tardes que parecían no tener fin,

cuando recordamos que con una sola mirada

y una insinuante sonrisa casi todo se decía.

 


Cariño mío, tú y yo envejecemos.

Envejecemos, cuando flaquean las fuerzas,

cuando ves que el ímpetu no se desboca,

cuando hablamos con menos palabras,

cuando las miradas son más cortas,

cuando las mejores caricias son las recordadas

y cuando una intensa serenidad predomina.

 


Corazón, tú y yo envejecemos.

Envejecemos, cuando nos paramos a pensar

y los recuerdos hacen que añoremos lo pasado,

cuando con tanto placer evocamos

el agradable roce de nuestros cuerpos,

de cuerpos próximos, jóvenes y desnudos,

que se estremecían y se volvían a juntar.

 


Mujer, compañera, tú y yo envejecemos.

Envejecemos, cuando ya casi nada provoca,

cuando notas que hay otra sensualidad,

cuando nos sentimos más humildes

y, conscientes, aceptamos renunciar.

Hoy, Carmela, amor, mujer, compañera;

hoy, estamos aprendiendo a envejecer.