La vida, a veces,
nos enseña amores idos,
que son solitarios, vagabundos,
errantes como ríos revueltos
que abandonan los cauces
y arrasan todo a su paso.
Amores que dejan huellas indelebles,
que causan heridas y mucho dolor.
Se van y todo lo próximo se vuelve rebelde,
todo queda dañado, todo parece
vencido.
Tienen esa fuerza enorme
que destruye sin miramiento.
Pero, a veces, ocurre
que aun estando todo afectado,
pronto surgen brotes.
De nuevo nacen hierbas sueltas
y, como nuevos cauces,
aparecen otros amores queridos.
Estos amores harán dormir a los
anteriores,
por ser más nuevos y más fuertes.
Aparecen risas felices mezcladas con
sueños.
Mientras, la vida pasa lentamente,
parece agua de manantial, fría y cristalina,
que se escapa entre los dedos de las
manos.