lunes, 3 de abril de 2017

POEMA Nº 1. RECUERDOS BELLOS




RECUERDOS BELLOS

 
Hoy, cuando ha pasado el tiempo,
cuando ha pasado tanto tiempo
aparecen recuerdos bellos.
Hoy, víspera de la feria a la que pudimos ir,
quiero estar contigo y, así,
poder acariciarte.
 
  Hoy, cuando nuestros cuerpos desnudos se insinúan
y se provocan, a medio tapar por la sábana.
Hoy, cuando un agradable rocío nos envuelve,
un agradable rocío de infinitos puntos blancos.
Hoy quiero estar contigo y, así,
poder acariciarte.
Hoy, cuando ha pasado tanto tiempo,
cuando lejanos recuerdos asoman,
mezclados en una ligera niebla.
Hoy, cuando los recuerdos llegan poco a poco.
Hoy quiero estar contigo y, así,
poder acariciarte.
 
 Hoy, cuando los recuerdos llaman con fuerza
y, por momentos, no parecen tan lejanos.
Hoy, los bellos recuerdos producen placer.
Hoy sí, es hoy,
cuando estar contigo y poder acariciarte
me produce un agradable y bello placer.

PRÓLOGO, AUTORES Y COMENTARIOS


PRÓLOGO

En estos “Poemas Íntimos”, de Antonio Martínez Calle, no deberíais buscar rasgos Culteranos ni Conceptistas porque no los hay, ni aliteraciones o retruécanos que tampoco. Los poemas de Antoñito no surgen de sesudos estudios de Elliot, Tagore, Whitman, Maiakovski o de gigantes locales como Jiménez, Cernuda, Lorca o Machado. Puede ser que un crítico literario avezado encontrara cierto parecido entre él y Fernando Villalón, pero esto no es lo más importante, ni lo ha buscado, estoy seguro.
Los poemas de Antonio enraízan en lo popular desde lo más profundo. En ellos hallaréis el ruido casi imperceptible del paso del tiempo y las llagas invisibles de la vida y la muerte, la alegría en el griterío de los niños, la bulla de las ferias, el silencio de las calles en agosto a las tres de la tarde, el murmullo del mar en la distancia, el amor fraternal a sus padres, a su hija… pero también a los desfavorecidos o a los humillados o asesinados. Todo está ahí, con sabor a pueblo, a tradición y a soleá.

La nostalgia, en pocas palabras, de una ciudad que fue otra ciudad y construye una ciudad nueva, desconocida, irreconocible a la sombra del castillo, los molinos y la herrumbre y el verdín de muros derruidos y ventanas desgajadas, a la orilla de un río que una vez fue transparente. 

Alcalá, amalgama,
Batahola, tabaola, battagliola…
Ahora las calles vacías.
Con bloques sin vecinos.
Se murió la soleá, quieren traer los tanguillos.
El amor acaudalado a través de muchos años y casi convertido en costumbre, que se detiene a recordar, porque casi todo lo demás está hecho.
Mujer, mi compañera,
Amor, dolor, pasión, entrega.
La alegría compartida, como un regalo, como el regalo impredecible y poco apreciado que resulta ser la vida, los niños, la gente, las risas, los encuentros.
Que venga la gente,
Que lleguen los niños,
Que entren los amigos.
La hija que quiere crecer y él no puede impedirlo y pretende gatear sobre ella misma, que viene, que se va, que se empeña en ser ella, única, auténtica, y que posiblemente no se da cuenta que la sostiene un brazo inmenso de amor, que le deja hacer, aunque el escaparate entero se le venga encima.
Que yo quise tener una niña.
Que yo quiero a mi niña.
Y la tierra y la casa, no una casa solariega y blasonada como aquella de Don Antonio, sino una casa, “una casa que tenga lindes, que no fronteras”.
Y la tierra, que le pertenece porque no le pertenece y sin embargo es suya porque la lleva dentro:
“Yo nací en una casa de un pueblo con lomas.
Tal vez, La Loma podría ser su nombre.
Lomas y alcores que se asoman al Río Grande
Y a las sierras que recortan su valle.
A veces Antonio junta palabras dispares y describe desolaciones sin nombrarlas: “El mar, mi mar, de duro color al fondo”. Otras se carga de emotividad y angustia: “Porque cargado vengo de penas, vete: no sea que acabes sufriendo”; en ocasiones se refleja en el raudo paso del tiempo: “Como amable prenda vieja, la pena llevamos puesta”; o se torna pintor surrealista: “Son como caballos, enjaezados, pero fijados a la tierra”… y obliga al lector a parar y a pensar, a releer, incluso permite amablemente que nos adentremos en un mundo que a través de sus ojos se hace menos opaco y en cierta manera, lúcido, como dice el título de sus versos, más íntimo.
Daniel Cela Bermejo








JUANA TOBARUELA. ILUSTRADORA