martes, 10 de julio de 2018

POEMA Nº 31. A MIS PADRES


 

A MIS PADRES
 
Mi madre tenía una mirada azul:
Azul hermoso, azul del mar, azul de día claro.
 
Un día de mayo mi madre murió en su cama,
aunque poco antes quería irse a su casa, donde ella vivía.
 
Allí estaban sus hermanos, sus hermanas,
su padre, pero sobre todo, su madre.
 
También llamaba a mi padre,
que había muerto, en enero, cinco años antes.
 
A mi padre lo llamaba a menudo:
a veces decía que llevaba tres días sin aparecer.
 
Oyendo esas palabras, lo imaginabas de repente:
sereno, pensativo; como siempre, casi ausente.
 
Menos cuando, nervioso, daba el discurso familiar,
que, aunque preparado, parecía improvisar.
 
A veces, aun estando, parecía oculto.
Había que fijarse bien para poderlo ver.
 
Ahora recuerdo que él sí vio venir a la muerte:
“¿Si supieras cómo estoy por dentro…?”
 
Súbitamente, la vio venir y hacerle daño.
Se resistía, no lo aceptaba, pero su cuerpo no aguantó.

Mi madre, esa fuerte mirada azul, que poco a poco
se fue apagando, era, como todas, protectora de los suyos.
 
Mi madre, defensora de su marido hasta la muerte:
“que no le falte de nada, pero de muchas cosas que no se entere…”
 
En los papeles era: de profesión, sus labores. No obstante,
parió tres veces en su casa y, al otro día, a trabajar, al campo, a limpiar…
 
Mi padre, prudente, observador y zurdo, que,
cuando tomaba las cosas al revés, pocas veces, las soltaba.
 
Tenía la cara quemada por el sol del campo,
por los vaivenes y las guerras, que también lo abrasaron.
 
Campesino, unas veces pensador duro y otras, inseguro, filósofo.
Siempre, y a su manera, era feliz con los demás…