LUCES DE FERIA
Luces brillantes cuelgan,
forman hileras blancas.
En lo alto, cielo negro…
Abajo, bullir de gentes
que pasean, andan, van, corren…
Ahora, solo color de luces.
Todas parecen iguales,
pero si te fijas, son diferentes.
Cada una lanza sus destellos,
a un lado, al otro, infinitos.
Aunque todas son iguales,
parecen diferentes.
No hay viento, hace calor.
En el ambiente se cruzan
el hablar de las gentes
y un ruido lejano.
Todo parece más quieto,
casi todo parece estar en su sitio.
Los cacharros, lejos,
donde acaba la cuesta,
en el rellano, rugen. ¡Llaman!
Más cerca, guardados por unos setos,
los que fueron más jóvenes cantan,
y mientras cantan, recuerdan.
Entre ellos y yo, la acera de enfrente,
y toda una amalgama de colores:
son juguetes y vendedores.
Aquí, en esta otra acera,
efímeros bares, muchos bares.
Y en el último, yo.
Y cuando me canso,
miro hacia arriba.
Rápidamente me atrapan
cuatro hileras, cuatro largas hileras
de luces colgadas que brillan.
Son luces de colores de feria.
Pasean en mi mente,
lentamente la desplazan,
la llevan hasta el final
y luego me la devuelven.
Como nadie me ha visto,
vuelvo a repetir.
Quiero irme con ellas,
porque, mientras voy, las veo,
las toco, algunas me hablan.
Otras se sorprenden.
Las más
próximas lo entienden,
se lo explican y asienten.
Nadie me ve, no miran hacia arriba,
intento mirar hacia abajo.
No puedo, ellas me avisan.
Solo podemos ser mirados.
Ya me siento inseguro
y me voy, tengo miedo.
Es complicado estar allí y aquí,
y me siento inseguro.
Como ellas se han dado cuenta,
se miran entre
sí y comentan.
Están acostumbradas,
siempre alguien lo intenta.
Pasa a menudo,
que todos queremos mirar.
Pero nos da miedo la inseguridad.
Y cuando algún día me atrevo,
como fuera de mí, temblando
y asustado, regreso yo.
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