A MIS PADRES
Mi madre tenía una mirada azul:
Azul hermoso, azul del mar, azul de
día claro.
Un día de mayo mi madre murió en su
cama,
aunque poco antes quería irse a su
casa, donde ella vivía.
Allí estaban sus hermanos, sus
hermanas,
su padre, pero sobre todo, su madre.
También llamaba a mi padre,
que había muerto, en enero, cinco años
antes.
A mi padre lo llamaba a menudo:
a veces decía que llevaba tres días sin
aparecer.
Oyendo esas palabras, lo imaginabas de
repente:
sereno, pensativo; como siempre, casi
ausente.
Menos cuando, nervioso, daba el
discurso familiar,
que, aunque preparado, parecía
improvisar.
A veces, aun estando, parecía oculto.
Había que fijarse bien para poderlo
ver.
Ahora recuerdo que él sí vio venir a
la muerte:
“¿Si supieras cómo estoy por dentro…?”
Súbitamente, la vio venir y hacerle
daño.
Se resistía, no lo aceptaba, pero su
cuerpo no aguantó.
Mi madre, esa fuerte mirada azul, que poco a poco
Mi madre, esa fuerte mirada azul, que poco a poco
se fue apagando, era, como todas,
protectora de los suyos.
Mi madre, defensora de su marido hasta
la muerte:
“que no le falte de nada, pero de
muchas cosas que no se entere…”
En los papeles era: de profesión, sus
labores. No obstante,
parió tres veces en su casa y, al otro
día, a trabajar, al campo, a limpiar…
Mi padre, prudente, observador y
zurdo, que,
cuando tomaba las cosas al revés,
pocas veces, las soltaba.
Tenía la cara quemada por el sol del
campo,
por los vaivenes y las guerras, que
también lo abrasaron.
Campesino, unas veces pensador duro y
otras, inseguro, filósofo.
Siempre, y a su manera, era feliz con
los demás…
No hay comentarios:
Publicar un comentario